Tras la lectura de esta novela ha renacido en mi interior el
amor por los libros, buenos y no tan buenos, expulsando de mi vocabulario el
adjetivo de “malo” para calificarlos. Bradbury nos describe un mundo situado en
un futuro impreciso, en una ciudad imprecisa, dentro de una USA imprecisa. La
situación espacio-temporal no es importante. Lo que hace que no queramos dejar
de leer su novela es la descripción de una sociedad técnicamente muy avanzada
pero con unas carencias humanas considerables. Dentro del género de la ciencia
ficción del siglo XX las reflexiones filosóficas no pasan inadvertidas. Nos
ofrece una distopía que baila entre Un Mundo Feliz de Aldous Huxley,
donde reina el hedonismo y los ciudadanos sobre-viven gracias a multitud de
distracciones: deporte, televisión, drogas… Y 1984 de George Orwell, mundo
donde la felicidad solo se alcanza por el férreo control gubernamental, a nivel
mental, de la población.
La ciudad donde vive Montag, el protagonista, no tiene
nombre, dando la posibilidad de situarla en el contexto geográfico que uno
quiera, si es verdad que parece encontrarse en la actual USA. La Universidad se
cerró años atrás, sólo se forman “técnicos” que mantengan y mejoren las cosas
“útiles”. Los bomberos, profesión de Montag, se dedican a proteger la felicidad
de los ciudadanos quemando miles de libros prohibidos que, algunos locos, se
empeñan en guardar y proteger con sus vidas.
Montag despierta de su letargo gracias a su vecina,
Clarisse, una adolescente que le hace pensar por primera vez en muchísimo
tiempo, puede que desde su más tierna infancia. Su esposa, Millie, toma
demasiadas pastillas como para admitir que tiene un problema. La “familia”
virtual la mantiene fuera de la realidad. Montag empieza a sentirse muy solo.
Tanto que comienza a buscar algo en los libros. He aquí la intriga, su trabajo
es quemar libros y ahora los libros le queman a él…
Aquí os dejo algunos de los pasajes que más interesantes me
han resultado:
Pg. 53: “Y recordó haber pensado entonces, que si ella
moría, estaba seguro que no había de llorar. Porque sería la muerte de una
desconocida, un rostro visto en la calle, una imagen del periódico; y, de
repente, le resultó todo tan triste que había empezado a llorar, no por la
muerte, sino al pensar que no lloraría cuando Milldred muriera, un absurdo
hombre vacío junto a una absurda mujer vacía.”
Pg. 70: “Ella no quería saber cómo se hacía algo sino
porqué. Esto puede resultar embarazoso. Se pregunta el porqué de una serie de
cosas y se termina sintiéndose muy desdichado. Lo mejor que podía pasarle a la
pobre chica era morirse”.
“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente
desgraciado no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle;
enséñale solo uno. O, mejor aún, no le
des ninguno.”
Pg. 71: “Dale a la gente concursos que puedan ganar
recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las
capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Entonces tendrán
la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos
de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como la
Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se
encuentra la melancolía”.
Pg. 115: “Si esconde usted su ignorancia, nadie le atacará y
nunca llegará a aprender.”
Pg. 127: “¿Qué es el fuego? Un misterio. Los científicos
hablan mucho de fricción y de moléculas. Pero en realidad no lo saben. Su
verdadera belleza es que destruye responsabilidad y consecuencias.”
Pg. 153: “… más allá de los siete velos de la irrealidad,
más allá de las paredes de los salones y de los fosos metálicos de la ciudad,
las vacas pacían la hierba, los cerdos se revolcaban en las ciénagas a mediodía
y los perros ladraban a las blancas ovejas en las colinas.”
Pg. 168: “, me
dijo. ”
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